Cartas vol. III
Hace exactamente un año, una noche igual a la de este momento, estaba completamente nerviosa, guardando ropa en un bolso para ir a conocerte. Estaba aterrada de lo que fuera a pasar, no en mal sentido, sino que como sería pasar unos días con vos: si nos llevaríamos bien, si teníamos cosas en común, si íbamos a fluir, básicamente; ese era el miedo mayor, fluir a la par. No me iba a dejar ganar por un miedo tan insignificante, así que continué con lo que estaba haciendo, decidida a terminar para irme a dormir ya que a las 10 am entraba en el trabajo.
Esa noche dormí poquísimo, no podía, me llenaba de preguntas y de inquietudes, me intrigaba saber si estabas en una secuencia parecida a la mía, si yo era una exagerada, mira si llegaba y todo mal ? Iba a estar sola y bastante lejos de casa, además de con el corazón roto. Definitivamente tenía mucho que perder pero estaba mas que dispuesta a perderlo de ser necesario.
Conseguí dormir unas dos horas de corrido, me levante, bañé y vestí con lo que ya había dejado preparado la noche anterior. Desayune con un nudo en el estómago, siempre que estoy nerviosa me pasa, pero ese día estaba mucho más intenso que de costumbre. Me fui a trabajar y la jornada fue como siempre un poco mas de lo mismo, salí y merendé con un amigo en modo de "despedida" por más que me iba solo cuatro días.
Yendo a la terminal mil cosas pasaban por mi cabeza e imagine un millón de posibles acontecimientos que pudieran surgir en las horas que iba a estar viajando, llegué a creer que no me ibas a ir a buscar e iba a quedar tiradísima, totalmente en bolas pero obviamente no fue así y me estabas esperando justo en la dársena 30, que habíamos puesto como punto de encuentro sin saber que literal iba a bajar ahí. Te vi desde el colectivo, mirando para otro lado con las piernas cruzadas, totalmente en otra y sonreí instantáneamente, eras vos y estabas ahí.
Baje con el bolso e hice como si nada, fingí tener una confianza que jamás tuve y te salude como un amigo de toda la vida, me abrazaste y automáticamente tu perfume (a propósito increíblemente dulce) me invadió por completo y volví a sonreír, me miraste sacándome del trance en el que estaba y me dijiste que si no nos apurábamos en subirnos a un taxi no nos íbamos a ir mas, te seguí apenas te moviste, como un imán.
No recuerdo bien donde bajamos, sólo que era Palermo y que teníamos sed así que porque no parar para tomar una cerveza y de paso empezar a hablar un poco mejor cara a cara. La charla fue tan amena que parecía que nos conocíamos de años, como dos viejos amigos que se vuelven a reencontrar. Unas birras después fuimos a tu casa en colectivo, donde no hubo un solo pasajero que no nos mirara como si de dos mutantes se tratara, pero que importan los demás si estaba todo completo entre ambos. Llegamos, me dejaste cambiar y fuimos a comprar más cerveza, mas precisamente cuatro, para esperar a tus amigos e ir al pool. Ya en el lugar no me acuerdo mucho, solo que me presentaste como tu novia, así sin mas, yo con total asombro solo saludaba a todos con cortesía mientras me preguntaban de donde era y porque era tan limada en haber viajado a conocer a alguien como vos (obvio que con el tiempo entendí a que se referían). Mi próximo recuerdo es en tu casa, donde me diste un beso y me dijiste que querías ser mi novio y que vivamos juntos.
Esos son los primeros recuerdos que tengo a tu lado, muy apresurado todo pero con el eslogan bien alto de vive rápido nosotros nos entendíamos, como si de eso en realidad se tratara.
Ese fin de semana, más allá de mi poca memoria producto de todo lo que hicimos, fui realmente feliz y me sentí perteneciente a alguien, alguien que en cuatro días había conseguido llenar un lugar que ni mi ex pareja de seis años había conseguido, me sentí victoriosa, viva, amada. Las pequeñas cosas cotidianas como ir al súper por provisiones se convertía en una aventura, cocinar me parecía algo divertido, mirar una película era no mirarla sino hablarte de mil estupideses mientras te reías.
Fue gratificante, pero tuve que volver a mi rutina aburrida en la ciudad donde vivo, de todas formas estaba tranquila de que venías a vivir acá en otros cuatro días que por cierto se hicieron interminables y me llenaba de dudas de si realmente te la jugarías a dejar todo por mi o si era solo una excusa para dejarme partir feliz, no me decepcionaste y el viernes estabas acá, cansado del viaje, sonriendo otra vez.
Conseguiste trabajo, vivimos juntos y en un mes y medio nos encargamos de arruinar toda la historia que podíamos haber construido y que, si me lo permitís decir, nos merecíamos. Soy una fiel creyente de que todo, absolutamente todo, pasa por algo y que conlleva un desenlace no siempre favorable y haberte conocido de la manera que nos conocimos, con el feeling que hubo desde que nos miramos a los ojos, eso no es una casualidad y lo voy a decir hasta el día que me muera, conocerte tenía que tener un motivo y lo iba a entender a medida que pasaran los meses.
Un día te cansaste y te fuiste, con la excusa de que volvías en menos de una semana, semana que se convirtió en un mes y medio, pero volviste al fin y otra vez la casa estaba en orden. O eso creí. Volviste a partir por los muchos problemas en los que supuestamente estabas, problemas obviamente ficticios pero que mi cabeza enamorada no me iba a dejar ver con claridad jamás. Días más tarde me habla una chica, supuesta novia tuya y aparentemente nos estabas quemando la cabeza a las dos, eras un as de la mentira y a mi recién se me estaba cayendo la venda de los ojos, cuando eso paso, y sin exagerar, entre a la matrix y pude ver todo. Que estúpida fui, nadie tiene ese tipo de romance de novela sin que salga mal. Me enoje, obvio y muchísimo. Deseaba colgarte de las piernas y cortarte el cuello, mirando como te desangraba paulatinamente, una utopía hermosa que me liberaba de la tristeza que por dentro me consumía. Me llevaste a conocer mis miserias, mis más bajos instintos. Fue duro, pero crecí. El dolor te hace más fuerte, o te mata, depende de hasta donde lo dejes corroerte.
Pasaron meses en los que me seguías hablando, diciendo que me amabas, que querías volver, intentando meterme otra vez en tu redecilla de mentiras. Nunca supe bien con que fin lo hacías, creo que es parte de tu naturaleza nefasta el creer que podes dominar a cualquier persona que se te cruce. Muchas veces me vi doblegada pero por suerte tuve ese atisbo de correrme del blanco para no volver a ser dañada. Aunque para ser honesta más de una vez flaquee y me dormí llorando, hundida en las peores depresiones acompañada de mis demonios mas profundos.
Llego el día de mi cumpleaños, para este punto ya hacía meses que estaba otra vez con el chico anterior a salir con vos, una persona que siempre pero siempre esta cuando la necesito y alguien que me quiere desmedidamente aunque se haga el reacio. Siempre odie mi cumpleaños, nunca me pareció algo que tuviera sentido ser festejado pero ahí me encontraba, sentada en un bar con el que me abrazaba y quería que empiece mi día de la mejor manera. Y cuánta onda le tuvo que poner para que yo sonriera mas nunca se dio por vencido y lo termino consiguiendo. La noche fue hermosa y las primeras horas de mi natalicio eran prometedoras. Ya en casa el que no estaba nada bien era Lucifer, quien hasta hoy lo creo, se fue por cosas de las cuales vos me hiciste alejar y yo accedí, estúpidamente, pensando que te hacían daño. Era todo lo contrario.
Ya con Lucifer muerto y otro dolor en mi corazón decidí seguir adelante sola, necesitaba sanar por completo para poder amar de verdad, como esa otra persona se lo merecía.
Esporádicamente empezaste a aparecer otra vez, ya no estabas en el país y te encontrabas en el norte de Brasil, solo, intentando progresar, encontrarte. Me alegro saber que estabas intentando hacer algo por vos mismo y sin dañar a nadie más. Otra vez empezaste con la loca idea de volver a Argentina y venir a donde vivo para empezar todo de cero, mejorados, maduros, sin mentiras de por medio. Creí en eso dos días hasta que sola me cayó la ficha de que vos jamás ibas a cambiar y que jamás ibas a dejar de desaparecer y aparecer en los momentos menos propicios. Sin más un día me bloqueaste. No intente buscarte porque me pareció una manera sana de alejarme.
Mes y medio después, volviste a aparecer. Otra vez lleno de promesas, promesas que ya sabía que no conducían a ningún lugar saludable para mi psiquis. Estabas otra vez en Buenos Aires y con la ferviente idea de venir a saludarme, que para mi mucho sentido no tenía pero te propuse que seamos amigos, como compañeros de cerveza si podíamos llevarnos bien, no había corazones rotos, lágrimas ni reclamos, solo dos personas compartiendo momentos que avivarían un poco el alma. Llegó la pandemia y todo ese plan se fue por la borda, cuarentena obligatoria y cada uno en su casa. Empezamos a compartir cerveza virtual mientras jugábamos al ajedrez por video llamada, siempre con amistad de por medio, sin confundir sentimientos. Eso estaba mas que charlado.
Otro mes y medio pasó. Llegamos al año de habernos visto por primera vez. Llegamos a esta noche, donde estoy escribiéndote esta última carta, o por lo menos, la última que vas a recibir de mi parte. Viendo al pasado y proyectando al futuro, no tenemos nada más que compartir. Toda esta utopía devastadora y hermosa llego a su cúspide. Ya no tenemos más debates por hacer, ni risas por compartir. Sólo espero tenerte en mi memoria para saber que hoy, gracias a todo tu dolor, soy más grande de lo que nunca fui. Hoy me animo a no tener miedo, a ser yo misma y no dejarme vencer por nadie. Hoy por vos, soy todo lo que antes por mi no era, y te lo agradezco. Fuiste mi pena mayor y mi medalla más grande al final del camino.
Te deseo lo mejor y que dejes de lastimar todo lo que te rodea, que aprendas a vivir sin que nada tenga que morir. Hasta siempre.
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